El viaje a ninguna parte de una mujer, que en principio buscaba a su marido, y un grupo de desertores, prófugos de diferentes autoridades (o no tan diferentes), todos unidos en rara armonía que nos contaba “La France”, la película que veíamos la semana pasada, nos llevó a pensar, en sus paseos y huidas, a “Retrato de una joven al final de los años 60 en Bruselas”, la aportación de Chantal Akerman a la serie Tous les garçons et les filles de leur âge. La película nos muestra un día en la vida de Michèle, una joven de 15 años, en la mañana que ha decidido finalmente dejar el instituto. El contexto es abril de 1968, fecha convulsa coincidente con el momento vital de la protagonista, que deambula por la ciudad sin un lugar particular al que ir, envuelta en los choques eternos con la familia, la sociedad y los propios y conflictivos impulsos. Un momento histórico donde se vislumbraban promesas de libertad, yuxtapuestas en la película con el descontento de Michèle por las exigencias de la “vida cotidiana”. En el cine conocerá a Paul, un desertor del ejército, correspondiendo a sus avances amorosos sin entusiasmo particular, tanteando con apatía el curso “normal” de las cosas. Esta es una película sobre el descubrimiento de los propios deseos, la necesidad de una identidad propia más allá de la impuesta, una evocación de la adolescencia con todo lo que conlleva: el agridulce encuentro con el deseo, la pérdida, los sentimientos ambivalentes ante el paso de la niñez a la madurez, el estremecimiento de la soledad rodeada de gente, y, en general, la vida de una mujer que negocia su suerte diaria frente a lo exigido.
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La semana pasada vimos a un hombre travistiéndose de mujer. Pero sobre todo vimos a una mujer persiguiendo sus pasiones: los relojes y los muebles del periodo Gründerzeit, los hombres mayores, el sexo fantasioso, el baile, la música... Que difícil es amar el mundo cuando tienes que explicarte, cuando se te lee desde unas coordenadas chungas, cuando tienes que luchar contra lo que te impide hacerlo. Y qué fácil parecía en la película del martes pasado. Una película que, como su personaje principal hacía al mundo cándido con su candidez, como sorteando los problemas por pura falta de interés en la reacción... de tanto interés en la acción. No sé si me explico. Bueno, pues la pélicula que propongo para el martes que viene, creo que va de eso y más. Además hay más paralelismos con Yo soy mi propia mujer de los que pensé en un principio. En Yo soy mi propia mujer un hombre se traviste de mujer, en La France una mujer se traviste de hombre. En Yo soy mi propia mujer vimos como un pene te puede salvar la vida, en La France las pequeñas tetas de la protagonista provocan el punto más violento de la película. En Yo soy mi propia mujer la protagonista asesina para hacer un mundo mejor, en La France también pasa eso. En Yo soy mi propia mujer se está en guerra pero se intenta no estarlo, hacer una vida, en La France pasa exactamente eso. Además, es una película en la que la alegría de vivir también se expresa con la música, la música más blanca y falta de conflicto que hay: el pop. Una película antibelicista y antipatriótica (que rabia poner tantos anti después de lo que acabo de decir), y anti otras instituciones también. Una película que me hace feliz. En La Ingobernable, C/Gobernador 39, tercera planta, donde el cartel de neón del cine club Chantal, el martes 19 a las 20h.
Hablé deYo soy mi propia mujer conducido por la lectura fresca del libro y menos por el recuerdo de la película de Rosa von Praunheim que vi en el 2000, en el décimo piso de un teatro, que aún hoy tiene una sala de cine a la que se sube en ascensor. Hablé de esta película de 1992, conducido por unas imágenes no del todo nítidas, sin descubrir la voluntad por hacer durar, las dudas que un mínimo golpe de pantalla era capaz de resolver y disfrutar de los efectos y desordenes que la permanencia de ciertas imágenes son capaces de provocar. Lo que recordaba: unos mini shorts de cuero y una largas piernas blancas caminando por un parque nocturno en la noche de una ciudad muy poco iluminada. La ciudad es Berlín en los años de la RDA y allí se encuentra, desde que nació en 1928, Charlotte von Mahlsdorf, el hombre que es su propia mujer y que vive a través de su colección de muebles de la Gründerzeit. Charlotte, Lottchen o Lothar empezó a trapichear y armar su colección de relojes, gramófonos, muebles y objetos en sus días de colegio. La casa barroca natal, restaurada durante la posguerra con sus propias manos y convertida en Museo Gründerzeit por la curiosidad de un grupo de personas que un domingo llamaron a la puerta, es el lugar donde una y otra vez Charlotte va a contarnos su historia. Allí en las escalinatas de esta casa, con un pañuelo a la cabeza y un delantal, va a demostrar que estas prendas no son solo una manera calma de estar en el mundo sino el continente afectivo que lo hace posible. Por eso nos toparemos con momentos donde es la ropa, no los caracteres, los gestos o las interpretaciones, el atrezo que perfila las historias. Siendo tal vez este interés en exponer, que no construir, figuras de habitar, el que nos permite arribar a escenarios donde la vida acontece, pero también a una serie de recreaciones poco preocupadas por ofrecer realismo y cuadros naturalistas. Porque en esta mezcla de relatos orales la vida se cuenta en primera persona. “El circulo mágico” que encierra cada objeto de la colección y la devoción por hacer coincidir espacios y recuerdos a través del mobiliario cobrará todo el sentido cuando veamos recolocado en el sótano la barra, las mesas, las sillas, los carteles y las pinturas que decoraban una casa de comidas berlinesa, poblado por enemigas de las leyes y todo tipo de gozosos vitales. Allí reúne ahora a su familia de amigos y allí finaliza la visita guiada de los domingos en su museo, cuando ubicada detrás de la barra se presenta como la última camarera de la Mulackritze. Va a resultar difícil no mirar con entusiasmo cada desdoblamiento y dejar de pensar en la emoción táctil y no querer retener el abrazo que Rosa le permite recibir a Charlotte de ella misma cuando era un adolescente, la noche que logró huir de los soldados y salvar su vida. Y va a costar no pensar en esos días donde era posible comunicarse o incluso darse cita a través de una pintada. Porque a pesar de la libertad y vitalidad, es posible descubrir una vida, la de Charlotte von Mahlsdorf, vivida sin dignidad y sin orgullo. Vestidos planchados con una plancha de 1890 y mundos presentes a través de objetos este martes 12 de junio a las 20hs en el cine-club Chantal, en la tercera planta de La Ingobernable, C/Gobernador 39 “El Arte es una mentira que nos hace descubrir a la verdad”. Esta cita de Pablo Picasso podría haber sido enunciada por Sabzain, el impostor protagonista de Close Up. En la película que vimos la semana pasada asistimos al asombroso caso de un hombre que decide suplantar a un conocido director de cine, Mohsen Makhmalbaf, con la idea de hacer un nuevo proyecto, accediendo a la casa de una buena familia de Teherán y adentrándose en su intimidad. Los fragmentos reales del juicio, o la entrevista en la cárcel, se entrelazan con recreaciones de los hechos interpretados por sus propios protagonistas: Sabzain actúa en la película haciendo de sí mismo, haciéndose pasar por un director que quiere hacer una película sobre sí mismo. El virtuoso fractal de realidad y ficción me trajo a la memoria F for Fake, la última película finalizada por Orson Welles. Fraude, como se llamó en España, es un ensayo-documental acerca de la falsificación en el arte, la especulación y el dinero detrás de la autoría de las obras y el poder de los expertos de arte. Comienza a partir de la grabación de un documental de François Reichenbach sobre Elmyr de Hory, conocido como el mayor falsificador del siglo XX. Durante la producción del documental, sucedió el escándalo que apuntaba precisamente al biógrafo de Elmyr, Clifford Irving, escritor y también estafador por su biografía inventada del magnate Howard Hughes. Los dos falsificadores del momento viviendo en Ibiza: “una isla, dos Ibizas. La parte seria, profunda, forma parte de España, la otra es una isla al sol como dice la revista Life”. Los fragmentos de la entrevista se entrelazan con otras tomas grabadas en la isla, en Asturias, en Francia, Estados Unidos.. La mayoría son cenas y fiestas con conversaciones entre los protagonistas de la historia y el equipo de producción. Todos son cómplices del gran montaje que se desvela ante nuestros ojos, incluso hay un cameo póstumo de una super-estrella del arte. La película se estrenó en televisión en 1973 sin tener mucho impacto ni encontrar mucha difusión en el mundo del cine. Elmyr se suicidó dos años después, cuando iba a ser deportado a Francia por el juicio de sus falsificaciones. Orson Welles nunca consiguió financiar su última película “The Other Side of the Wind”, ni tuvo tiempo para más documentales-ensayo que planeaba realizar. Por suerte la película perduró. “Tal vez el nombre de uno no importe tanto”. Lo veremos este martes 5/06, a las 20h, cine-club Chantal, tercera planta de la Ingobernable, C/Gobernador 39.
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