Ya habíamos comenzado el debate hablando de la fontanería, de la vocación de fontanera, de la importancia de tener un oficio que nos guste, de la importancia en suma de la vocación. Y, sin embargo, pensaba yo en el viaje de vuelta, a Lubitsch, en el fondo, esto de la vocación le trae al pairo. A él le da igual que Cluny quiera ser fontanera o electricista o panadera. La fontanería es en la película una excentricidad, un reclamo sexual, no por casualidad Belinski visualiza la apoteosis fontaneril de Cluny como la performance estrella en un burdel de lujo.
Y sin embargo el martes pasado nosotras rompimos en pedazos la película de Lubitsch (a golpes de martillo) buscando a Cluny Brown. Y lo hicimos a fuerza de tomarnos en serio el sueño de ser fontanera.
Esa seriedad nos ha conducido hasta Susurros del corazón, la película de hoy.
En Susurros del corazón (que en el japonés original se llamaría algo así como "si escuchamos con atención") una chica adolescente se hace adolescente. Y, entre otras cosas, se enamora, claro, porque el amor, ya lo decían las feministas empeñadas en poner el cine patas arriba, es el único arco narrativo que permite abrir y cerrar las historias de las películas. Pero en esta película, además del amor, vemos todo lo demás que nos pasaba cuando éramos adolescentes. Y el amor, lejos de ser la solución a todo eso, es la urgencia, la prisa, el catalizador del futuro. El amor es como la mejor de las amistades, ese impulso irresistible que nos hace querer ser mejores con todas nuestras fuerzas. Y lejos de ser el puerto de llegada, el descanso, la meta, es el punto de partida.
Y todo eso gracias a que Miyazaki (guionista esta vez) y Kondo (cómplice de Miyazaki en otras películas, y que únicamente pudo dirigir esta) se aplican a describir el mundo de Shizuku con toda la seriedad posible, con toda la seriedad acumulada desde los 13 años.
En Susurros del corazón una chica se enamora por primera vez y se deja abrumar sin miedo por todo lo que le está ocurriendo. Y es una cosa muy emocionante de ver.
El martes 3 de abril, en el cine club Chantal, en la Ingobernable