Sesión Martes 5 de mayo de 2020. Madre (1952, Mikio Naruse, 99 min, Japón).
Hay una mirada que me impresiona mucho en Madre. Es una mirada de unos diez años, lanzada desde la infancia, de una chica con un brazo apoyado en una de esas puertas correderas tan bonitas y silenciosas que hay en Japón. Es una mirada de alguien que comprende, ¿sabéis a qué me refiero? Esas miradas que siempre llegan demasiado pronto, uno nunca está preparado para ellas y cuanto más tarde aparecen, más alegría puede uno acumular. A esta niña le llega tan pronto, demasiado... Hisako, su hermana mayor, quiere vender el kimono que ama para poder pagar la economía familiar, y ella observa la escena y comprende, y entonces baja la vista al suelo. Ahí se despoja de sí misma, es ya otra. Y quizá sea ésta la mirada que mantiene toda la película, la de descubrir, siendo una niña (o una joven, como la narradora), lo difícil de ser madre en el Japón de la posguerra, sobre todo si la tintorería que regentabas fue bombardeada y hay que reconstruirla. Y vislumbrar cómo, en la cara de Masako (interpretada por Kinuyo Tanaka, vimos de ella Pechos eternos cuando aún éramos ingobernables), es decir, en la cara de una madre, se puede mezclar al mismo tiempo la preocupación, el cansancio (ese cansancio que iba deshilachando a Jeanne Dielman), la alegría, el amor. Quizá porque el Naruse niño también pudo mirar así las cosas de familia.
Texto de Rafael Vidal
Otras propuestas que se hicieron para esta sesión:
Quizá me equivoque, pero me gusta pensar que, cuando Mildred Pierce (Joan Crawford) se separa de su primer esposo y decide fundar una cadena de restaurantes en las carreteras de California que bordean la costa, crea una especie de pequeña utopía (dentro de lo “utópico” que puede ser trabajar). O al menos un espacio de reconocimiento más allá del hogar. Es fácil verlo: el dinero circula de otras maneras manejado por ella, no parece obsesionarle en exceso a Mildred (¿no lo gasta en aquello que no rinde?). Y por primera vez es posible una amistad (con una curiosa camarera de tanto carácter que los hombres deciden excluirla del deseo), allí donde, por fin, deja de reinar la seducción. Pero el rostro de Mildred, el rostro de Joan, a veces alegre, muchas veces cansado (¡cuántos rostros caben en 100 minutos de Joan Crawford!), también se vuelve intransigente, duro, cuando le recuerdan que toda su autonomía nace de un sacrificio: el que hace por una hija que considera como lo más propio, lo más Mildred. Es una emancipación ambivalente. Y a la vez aparece un muerto, y el melodrama se convierte también en cine negro y en una película de 1945 igual caben algunas cosas que no estábamos tan acostumbrados a ver, en parte porque las podemos observar desde la óptica de Mildred, de ella.
Texto de Rafael Vidal
Si había algo fascinante en "Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles", era la importancia que cada gesto, cada segundo en silencio tienen para representar la carga de un destino supuestamente infranqueable. De pronto, esa abrumadora naturalidad se rompe con un hecho nada cotidiano. Súbitamente, Jeanne se convierte en un personaje extraordinario, digno de una película.
Luego hablamos de si la venganza podría ser un hecho liberador o simplemente un arrebato que te condena a la perdida absoluta e institucional de la libertad.
Y entre idea e idea, recordé una película, "S21, la máquina roja de matar" en la que su director, el camboyano Rithy Panh, teje la mejor de las venganzas no violentas: poner en evidencia a su enemigo. El cine como acto liberador.
En S21, víctimas y victimarios de las torturas del régimen de los Jemeres Rojos, se vuelven a encontrar, a repasar cómo ocurrió, cómo se pudo normalizar la barbarie. Y es a través de la memoria física, del recorrer los espacios y los gestos cotidianos en una antiguo centro de torturas que sin alardes, con absoluta honestidad, nos lleva a reflexionar sobre los límites de la humanidad durante este momento excepcional en la historia de un país (Camboya, '75-'79) hasta entonces tan poco protagonista a los ojos del mundo como un ama de casa que pega botones y prepara la cena.
Texto de Jose Luis Salomón