En parte western crepuscular, a ratos comedia negra, esta es ante todo una película romántica, por clamar a una época, a un territorio, en el que las leyes no tenían cabida, abriéndose paso tanto a las mejores aventuras como a las peores fechorías. Un nido de proscritos al que llega, como uno de ellos, nuestro protagonista, que tras vengarse de unos y reclutar a otros tantos, decide montar una casa de justicia. Una fantasía épica, de conquista, viciada de machismo y regida por violencia, que comparte las constantes de su creador, John Milius, quien cita a varios de sus coetáneos sobre los que también ha escrito: Liver Eating Johnson, Grizzly Addams e incluso Teddy Rossevelt. Todos personajes reales, convertidos en iconos del hombre que se enfrenta a la naturaleza, que se adentra en ella, para convertirse en leyenda. Cuenta el propio Milius que quería a Lee Marvin para el papel, pero éste se emborrachó y se quedó dormido leyendo el guión, lo que aprovechó Paul Newman para quitárselo. Le gustó tanto que hizo que lo compraran y se empeñó en hacerlo. Decisión que lamentaba el escritor, además de la del director, pues su intención era realizarla él mismo. ¿Qué aporta John Huston? Entereza, cambios de tono y clasicismo (pese a algún zoom muy loco). ¿Qué aporta Paul Newman? Humanidad, carisma y una vulnerabilidad que no tendríamos si lo hubiera interpretado un tipo duro.
Es el juez de la horca por haber estado a sus dos lados, dictando sentencia y con la soga al cuello. Casi entendemos que le convaliden varios años de carrera por varios minutos arrastrado por el desierto. Después de todo no es juez por hacer justicia, sino por interpretar su libro favorito. La justicia la imparte un mástil de madera y una cuerda trenzada de cáñamo. Un hombre de ley en una tierra con menos ley que el apellido de Xena. Acompáñanos el martes que viene al Cineclub Chantal a conocer al juez Roy Bean, su vida y, cómo no, sus tiempos.