Hablé deYo soy mi propia mujer conducido por la lectura fresca del libro y menos por el recuerdo de la película de Rosa von Praunheim que vi en el 2000, en el décimo piso de un teatro, que aún hoy tiene una sala de cine a la que se sube en ascensor. Hablé de esta película de 1992, conducido por unas imágenes no del todo nítidas, sin descubrir la voluntad por hacer durar, las dudas que un mínimo golpe de pantalla era capaz de resolver y disfrutar de los efectos y desordenes que la permanencia de ciertas imágenes son capaces de provocar.
Lo que recordaba: unos mini shorts de cuero y una largas piernas blancas caminando por un parque nocturno en la noche de una ciudad muy poco iluminada. La ciudad es Berlín en los años de la RDA y allí se encuentra, desde que nació en 1928, Charlotte von Mahlsdorf, el hombre que es su propia mujer y que vive a través de su colección de muebles de la Gründerzeit. Charlotte, Lottchen o Lothar empezó a trapichear y armar su colección de relojes, gramófonos, muebles y objetos en sus días de colegio. La casa barroca natal, restaurada durante la posguerra con sus propias manos y convertida en Museo Gründerzeit por la curiosidad de un grupo de personas que un domingo llamaron a la puerta, es el lugar donde una y otra vez Charlotte va a contarnos su historia. Allí en las escalinatas de esta casa, con un pañuelo a la cabeza y un delantal, va a demostrar que estas prendas no son solo una manera calma de estar en el mundo sino el continente afectivo que lo hace posible. Por eso nos toparemos con momentos donde es la ropa, no los caracteres, los gestos o las interpretaciones, el atrezo que perfila las historias. Siendo tal vez este interés en exponer, que no construir, figuras de habitar, el que nos permite arribar a escenarios donde la vida acontece, pero también a una serie de recreaciones poco preocupadas por ofrecer realismo y cuadros naturalistas. Porque en esta mezcla de relatos orales la vida se cuenta en primera persona.
“El circulo mágico” que encierra cada objeto de la colección y la devoción por hacer coincidir espacios y recuerdos a través del mobiliario cobrará todo el sentido cuando veamos recolocado en el sótano la barra, las mesas, las sillas, los carteles y las pinturas que decoraban una casa de comidas berlinesa, poblado por enemigas de las leyes y todo tipo de gozosos vitales. Allí reúne ahora a su familia de amigos y allí finaliza la visita guiada de los domingos en su museo, cuando ubicada detrás de la barra se presenta como la última camarera de la Mulackritze.
Va a resultar difícil no mirar con entusiasmo cada desdoblamiento y dejar de pensar en la emoción táctil y no querer retener el abrazo que Rosa le permite recibir a Charlotte de ella misma cuando era un adolescente, la noche que logró huir de los soldados y salvar su vida. Y va a costar no pensar en esos días donde era posible comunicarse o incluso darse cita a través de una pintada. Porque a pesar de la libertad y vitalidad, es posible descubrir una vida, la de Charlotte von Mahlsdorf, vivida sin dignidad y sin orgullo.
Vestidos planchados con una plancha de 1890 y mundos presentes a través de objetos este martes 12 de junio a las 20hs en el cine-club Chantal, en la tercera planta de La Ingobernable, C/Gobernador 39