En este sentido, la semana pasada proyectamos El discreto encanto de la burguesía de Luis Buñuel, película que, desdibujando los planos temporales y los planos entre la realidad y lo onírico, nos convierte en acompañantes de un peculiar periplo de un grupo de amigos pertenecientes a la alta burguesía parisina y a los altos círculos de la diplomacia en busca de un lugar en el que poder cenar todos juntos. A pesar de las manifestaciones política explícitas de su autor a lo largo de su vida, esta película no pretende ser una diatriba ni una condena moral de la burguesía, sino una película en la que se entremezclan una serie de juegos livianos a fin de retratarnos la superficialidad frívola de una clase social demasiado aburrida como para que sus divertimentos no sean más que un cúmulo de chorradas. Esto último no es óbice para que no haya algo encantador y encandilador en lo petulante de saber cómo servir un buen dry Martini o en ser un corrupto de un cinismo sin escrúpulos.
Estamos ante una película en el que lo mundano y lo sobrenatural se confunden, en el que lo inconsciente no se deja vislumbrar nunca con claridad y en el que resuena el eco de un profundo grito de dolor a lo largo y ancho de la tediosa vida de la burguesía. Tras la desarticulación de esta familia, cada miembro tendrá la costosa -¿y quién sabe si vana también?- tarea de llenar la vacuidad de sus existencias.
¡Estáis todas invitadas!