Como el protagonista del martes pasado, Giulio acaba de volver al lugar que dejó hace tiempo. Es sacerdote, ha de oficiar misas, dar el matrimonio, confesar, bautizar y, por último, dar clases de preparación al matrimonio y a la comunión. En contraste con la pequeña isla donde había ejercido desde que se ordenara sacerdote hace nueve años, la vida de Giulio en su ciudad natal no va a estar rodeada de feligreses y vecinos de la parroquia. En el retorno toda su atención y voluntad estará centrada en aquellas personas con las que compartió su origen: familia y amigos.
En el mundo donde vive y trabaja Giulio, veo: niños que parecen infiltrados en el mundo de los adultos, que juegan en bandada al fútbol o que hacen una cadena silenciosa en la que se lanzan los paquetes de libros para conectar la librería con la furgoneta. El campo de tierra y, desconectados en el horizonte, grandes bloques residenciales. Un recogido y cuidado piso familiar con gran terraza, un "centro de higiene mental" sin dinero, homosexuales linchados. Un antiguo amigo junto al cual diez años atrás creaba una revista política (¿política?, pregunta el juez) y que ha permanecido los últimos tiempos en prisión a la espera de que se le declare culpable o no de terrorismo.
Ned Merrill, el protagonista de la película pasada, recorría las piscinas de aquella colina porque había perdido la vida con su familia, y con ella la cordura. La misa ha terminado, la película que viene para este martes, también encuentra a muchos de los personajes lidiando con su cordura. A las vidas que en su mayoría parecen encantadas por nada, sufrientes, odiantes o replegadas sobre sí mismas, Giulio llega con una idea de la vida ajena a lo que hay. ¿De fidelidad recíproca? De fidelidad más allá del amor filial: de si además del amor que anda en una hija o un hijo cabe otro que lleve a decir os amo a todos los que estáis en este bar. En este pequeño mundo en la italia de los ochenta.
Bueno, lo hablamos este martes en el cineclub, a las ocho en la sala 3.11 de La ingobernable.