El martes pasado veíamos a una adolescente que lo estaba pasando un poco mal a cuenta de que sus padres la agobiaban, pero al intentar decírselo terminaba desvelando una infidelidad que rompía la poca estabilidad de su núcleo familiar. En el coloquio se puso en valor que la película mostrara cómo la enfermedad mental es algo que debe entenderse mirando al entorno inmediato de la persona que lo sufre. A su contexto psicosocial.
En términos morales, no obstante, el director le regalaba un punto de culpabilidad a esta pobre chiquita, titulando a su película Las furias: Unos espíritus misteriosos que, en palabras literales del prólogo de la peli, "cuando alguien hace algo contra la familia, se introducen en su mente como un veneno". En medio de un brote psicótico, este tóxico mental lleva a nuestra desdichada protagonista a raptar una gallina del gallinero y, recostada sobre un árbol, conseguir tranquilizarse una vez la ha matado crujiéndole el cuello. La culpa, actitudes e imágenes gallináceas y contextos psicosociales degradados conectan la peli de la última sesión con Caché, de Michael Haneke. La proyectaremos el martes que viene a la hora habitual (las ocho) en la okupa habitual.
Va de un acomodado (y cinematográficamente prototípico) burgués gabacho que vive tan agustico en su trocito de estado del bienestar, ganándose los garbanzos en la industria del espectáculo televisivo. Pero alguien que da signos de ser un psicópata parece empeñado en desequilibrar su equilibrio vital. Lo hace cobardemente, mediante anónimos, sin dar la cara. Escondido. Un gallina, usando la habitual metáfora zoológica. Sin embargo, no está claro quién domestica aquí, quién y cómo necesita ser domesticado, etc. ¿Civilización contra salvajismo?