El martes pasado, después de la proyección de Les dames du bois de Boulogne (Robert Bresson, 1945), se propuso La buena boda (Éric Rohmer, 1982) a partir de una premisa muy básica: ambas películas tienen como protagonistas dos mujeres que actúan casi como guionistas de la historia provocando situaciones y maquinando escenarios para hacer avanzar la trama de la película hacia el objetivo que se han propuesto al inicio. La película de Bresson empieza con el personaje de Hélène la cual, despechada por su amante mundano, decide vengarse y tramar un plan para hacerle sufrir. En el inicio de La buena boda, Sabine, la protagonista, rompe con su novio también mundano y, sintiéndose despechada, decide armar un plan para vengarse: casarse, aunque no sabe con quién. Así, ambas historias parten de un propósito similar que marcará la tensión dramática y narrativa de las dos películas: ¿conseguirán las heroínas cumplir con los objetivos que se han impuesto después del fracaso de una relación amorosa? ¿en Les dames du bois de Boulogne, conseguirá Hélène ridiculizar a Jean? ¿en La buena boda, conseguirá Sabine casarse? Lo que en la película de Bresson funcionaba como un plan llevado con precisión y maestría por la calculadora Hélène, en La buena boda nos situamos en un plano cómico donde el propósito planteado por Sabine suena como algo casi absurdo. Como dice su amiga Clarisse en un momento de la película, el carácter calculador de Sabine choca con su impulsividad e impaciencia. Por eso, Clarisse decide ayudar a Sabine a organizar la estrategia amorosa participando en los movimientos que la heroína seguirá para lograr su objetivo. Es allí dónde La buena boda se abre a una inversión de roles: cuando el plan de Sabine empiece a no funcionar, la protagonista se verá manipulada por su amiga que en principio quería ayudarla. Como en Les dames du bois de Boulougne, estamos delante de un juego de poder, esta vez invertido, donde la determinación de la heroína, una chica de clase media baja, funciona como una manera de reposicionarse socialmente y “empoderarse”. Y esa determinación fracasa ya que, Clarisse, de clase social superior y teniendo las armas para tomar el poder, se convierte en la manipuladora que juega con su amiga. Lo maravillosos de Le beau mariage, y del cine de Rohmer en general, es que las estrategias amorosas de la película son constantemente verbalizadas por sus personajes, aportando una distancia dramática a la trama que convierte la tragedia en cómica. Sabine, consciente del juego que ha activado, expresa continuamente sus sentimientos de manera racional, analizándolos y comunicándolos a los otros personajes. Allí donde Hélène expresaba con su mirada, con sus lágrimas y con su contención arrebatadora (como decía Patricia que propuso la película), Sabine habla y continúa hablando durante toda la película para lograr canalizar el deseo que la atormenta. Y finalmente en el deseo encontramos el corazón de dos películas sobre mujeres que sufren por amor y que deciden reaccionar y actuar para sobrellevar su herida en un mundo de hombres cobardes y mediocres. Os invito a ver y vivir el deseo de matrimonio el próximo martes 15 de octubre a las 20:00h en la sala 3.11 de La Ingobernable (Calle Gobernador 39).
0 Comentarios
|
Programadoras
Todos
|