Ese "paraíso" es un país al borde de la guerra, Mozambique, donde su población nativa trabaja de sol a sol en explotaciones cafetaleras que no le pertenecen. Donde tomar limonada bajo una apacible sombra, disparar a bestias salvajes, triunfar en una banda ye-yé o entregarse al romance es privilegio de los colonos europeos. Los protagonistas de la vida.
En la primera parte, la referida el presente, Santa es una mujer de origen mozambiqueño que sirve, ya en la metrópoli, a una anciana portuguesa.
Estas relaciones de servidumbre originadas por la dependencia poscolonial me recordaron al personaje principal de La teta asustada, película que veremos esta semana.
Fausta es una mujer andina nacida de una violación producida durante los años de violencia en el Perú de los '80. Ha nacido con el miedo en el cuerpo, ha mamado de una "teta asustada".
Aquí la guerra ya ocurrió y no existe el paraíso.
Madre e hija se han refugiado en la periferia de la capital como otras tantas mujeres. A la muerte de su madre, Fausta se ve obligada a trabajar fuera de su entorno familiar y enfrentarse a su miedo atávico.
La música en este caso, no es un privilegio, si no el único refugio posible.
Pero en una sociedad poscolonial todo es colonizable, los espacios, los cuerpos, los refugios.