Las circunstancias a las que se refiere la mujer que pregunta, que no es otra que Maria Antonieta, son la Revolución en curso, son el mundo cambiando a cada rato.
En la película que vimos la semana pasada también el mundo iba cambiando a cada rato, eran los últimos años de la Unión Soviética, los primeros de lo que siguió, y al mismo tiempo que cambiaba un país veíamos, a ratitos, cómo iba creciendo y cambiando una niña, la hija del cineasta.
En la película de esta semana veremos de nuevo la Historia en curso, del 14 de julio de 1789 al 20 de septiembre de 1792, y la veremos desde varias distancias, a veces cerca de lo que se considera el centro (París, los momentos clave), a veces en la periferia.
El cineasta, Jean Renoir, imagina en 1937 algunas escenas del siglo XVIII y su mayor interés parece ser el de lograr siempre que cada escena, cada plano, estén vivos, el inventarse un presente de detalles para ese pasado tan cargado de sentido.
En esta película siempre están pasando al menos dos cosas al mismo tiempo, a veces es porque el acontecimiento importante ya ha sucedido y lo que importa es la manera de dar la noticia, a veces es porque el acontecimiento es como la réplica en miniatura de otro más famoso en el que no podemos evitar pensar (en vez de ver la toma de la Bastilla vemos la toma de otra pequeña fortaleza con métodos griegos), a veces es porque se habla de política pero también de comida (mucho, y comen tomates, patatas, pollo, conejo, cerdo, cuervo...) o de la mejor manera de combatir los juanetes (porque esta es una película donde los personajes principales son voluntarios del pueblo, soldados de a pie, e ir a pie de la periferia al centro da mucho riesgo de juanetes).
Y alrededor de esos voluntarios están la naturaleza, el mar, otros personajes, hay una treintena que tienen al menos un momento en el que son el centro de la película, el mundo desborda, todo se mueve, y la cámara también, siempre hay algo que ver al lado, algo que podría ser tan interesante como lo que estamos viendo, aunque a veces también se detiene, deja de acompañar una batalla para quedarse con los heridos que apenas consiguen levantarse, para hacer sentir, aunque sea un instante, la presencia de los muertos y de quienes los lloran.
Hay un momento muy bonito en el que uno de los personajes, herido en la pierna, se fija, quizás por pudor de su propio dolor, en un bebé que llora en brazos de una mujer, un bebé que está llorando no por los disparos ni por miedo, sino porque le están saliendo los dientes. Ahí están, al mismo tiempo, esos dientes de bebé que salen y, del otro lado de la pared, un acontecimiento de esos que quedan en los libros.
El mundo está cambiando y se nota también en que aparecen palabras nuevas, "revolución", "nación" y en que los personajes salen de sus pueblos, se encuentran, el pintor habla con el estibador, el albañil habla con el campesino, y aprenden juntos a hablar y a pensar pero también se enseñan los unos a los otros los saberes que traen de sus vidas anteriores, se enseñan a hacer una chimenea en el monte, a cazar con un cinturón y una piedra, a cargar un fusil, a cantar una canción, no paran de aprender cosas, da la sensación de que la revolución es gente aprendiendo cosas nuevas todos los días y quizás por eso parece que siempre están alegres, incluso cuando refunfuñan.
Y la película es también, claro, la historia de una canción, La marsellesa, de cómo prende como el fuego, una de esas cosas que pasan y podrían no haber pasado, otra cosa más, entre las patatas y los juanetes, entre los tomates y la caída de un rey, pero eso ya lo veremos este martes, a las ocho (seamos puntuales, la película dura un poco más de dos horas), en el cine-club Chantal, en el CS La Ingobernable, tercer piso, sala 11.