Venimos de ver una película que en palabras de su directora Kelly Reichardt es "una road movie sin la carretera, una historia de amor sin el amor y una historia de crimen sin el crimen" para adentrarnos en otra película en la que si nos desplazamos. Vamos del campo a la ciudad, para fugazmente volver al campo. Pero en este ir prevalece una historia, un objeto que se cuenta, que nos cuentan y que se desplaza con nosotros y sus personajes. Palabras, historias, que viajan con nosotros. Una película que podrán ver esta tarde a partir de las 20:00hs. en el cine-club Chantal, tercera planta de La Ingobernable, C/ Gobernador 39. Agradecemos a Diana de Capricci.
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'Entonces, si no éramos asesinos, no eramos nada'. Es probable que esta frase la hayamos escuchado o imaginado decir por alguno de los personajes en multitud de películas del cine norteamericano de los años 70. En torno a este subgénero, a falta de un nombre mejor, solo el ojo más vivo podía sentir las diferencias entre lo semejante, pues una vez agotada la repetición de patrones como asesinos-perdedores-fuera de la ley-drogadictos-escapistas, totales o parciales, la cuestión era encontrar el camino a seguir. No fueron pocos los directores que se aventuraron en esta nueva empresa, donde desde el protagonismo de personajes masculinos la misma masculinidad sería puesta en crisis. Tómese el ejemplo de la película de la semana pasada, un western revisionista "El juez de la horca": ante el desmoronamiento del viejo mundo, se reescribe el mito fundacional de América, encabezado por Paul Newman, ley que se yergue fuerte y firme, como lo hizo antes del comienzo de la Historia. Sin ánimo de hacer sociología, dificultades como esta nos revelan la verdad del 'estado de las cosas' en américa tanto como cuestiones más serias. Faltaban entonces las mujeres, y llegó Ridley Scott e hizo Thelma y Louise; faltaban entonces directoras en América y 'desde América' y apareció Kelly Reichardt con su primera película "River of Grass". Puestos a reelaborar los códigos de las road movie de los 60 70, Reichardt, conocedora de la Historia, accede a no limitarse y triturarlos. Ya no es un hombre, sino una mujer, que además habla, piensa y dialoga, verbaliza -la mayor de las veces en voz en off- lo que siente, y lo pone en cuestión con su pasado, memoria en presente continuo. El planteamiento sobre la fatalidad del destino -tan propio también de las road movies de los 70, ahora pienso en "Two Lane Blacktop", donde la película literalmente se quemaba al terminar- será discutido. Lo mismo puede decirse del tono, dado que múltiples contingencias pueden producir comedia, cualesquiera que estas sean, tan rápido sobre esta se elabora y entreteje el drama. Hay pues, peculiaridades tanto en la puesta en escena como en los caracteres de los personajes, más concretamente en la protagonista; en ella encuentro una expresión sincera, envuelta en el gran arte del misterio, con esa especie de simplicidad tan universal. Así, dice la canción: Os esperamos el martes 24 de julio en la sala 3,11 de la planta 2 del CSO La ingobernable.
En "Justicia para todos", la película que vimos la semana pasada, preguntaba Arthur (Al Pacino) justo antes de desatar su colérica indignación; "¿Qué es la justicia?". Quién con más autoridad para contestar a esto que un juez, el juez Roy Bean (Paul Newman), el de la horca, nada menos: "La justicia es la mano derecha de la ley". O viceversa, como veremos. Preguntamos entonces qué es la ley, y se lo preguntamos al mismo sujeto. La ley es, entonces, un tocho de libro, más grande que el volumen B-BELL de la Espasa y la Biblia juntos, una encina entera hecha papel, impregnada en tinta y encuadernada para su uso. Un objeto que dota de plena autoridad a quien lo enuncia, capacidad tan milagrosa y peligrosa que en Hogwarts estaría en la sección prohibida. Con este libro bajo el brazo, el juez Bean dicta justicia de la mejor forma que sabe hacerlo: mal, convenientemente, caprichosamente, vengativamente, despóticamente y con ánimo de enriquecerse. Qué horror asolaba al oeste del río Pecos para que la aparición de este personaje fuera lo más parecido al orden que habían conocido.
En parte western crepuscular, a ratos comedia negra, esta es ante todo una película romántica, por clamar a una época, a un territorio, en el que las leyes no tenían cabida, abriéndose paso tanto a las mejores aventuras como a las peores fechorías. Un nido de proscritos al que llega, como uno de ellos, nuestro protagonista, que tras vengarse de unos y reclutar a otros tantos, decide montar una casa de justicia. Una fantasía épica, de conquista, viciada de machismo y regida por violencia, que comparte las constantes de su creador, John Milius, quien cita a varios de sus coetáneos sobre los que también ha escrito: Liver Eating Johnson, Grizzly Addams e incluso Teddy Rossevelt. Todos personajes reales, convertidos en iconos del hombre que se enfrenta a la naturaleza, que se adentra en ella, para convertirse en leyenda. Cuenta el propio Milius que quería a Lee Marvin para el papel, pero éste se emborrachó y se quedó dormido leyendo el guión, lo que aprovechó Paul Newman para quitárselo. Le gustó tanto que hizo que lo compraran y se empeñó en hacerlo. Decisión que lamentaba el escritor, además de la del director, pues su intención era realizarla él mismo. ¿Qué aporta John Huston? Entereza, cambios de tono y clasicismo (pese a algún zoom muy loco). ¿Qué aporta Paul Newman? Humanidad, carisma y una vulnerabilidad que no tendríamos si lo hubiera interpretado un tipo duro. Es el juez de la horca por haber estado a sus dos lados, dictando sentencia y con la soga al cuello. Casi entendemos que le convaliden varios años de carrera por varios minutos arrastrado por el desierto. Después de todo no es juez por hacer justicia, sino por interpretar su libro favorito. La justicia la imparte un mástil de madera y una cuerda trenzada de cáñamo. Un hombre de ley en una tierra con menos ley que el apellido de Xena. Acompáñanos el martes que viene al Cineclub Chantal a conocer al juez Roy Bean, su vida y, cómo no, sus tiempos. El martes 10 de julio, a las 20h en la sala 3.11 de La Ingobernable, veremos ...And justice for all, una película de Norman Jewison, del 79, de esas en las que Al Pacino se le iba la pinza, tenía tics, y una manera garbosa y desenfadada de mandar a la mierda a mucha gente (y de mover el flequillo con los ojos muy abiertos). Parecía que Al Pacino era el nuevo hombre, y decía cosas que todo el mundo quería decir, atracaba bancos, ponía bombas, se aliaba con compañías de teatro black panther y quería destruir prisiones, como la de Attica. No sé qué fue de Al Pacino después, la verdad. Después de los setenta, me refiero. En todo caso, la película que vimos la semana pasada, tan austera en gestos y movimientos, nos dejó con ganas de esto. Además, en Un condenado a muerte se ha escapado, con todo su bricojaje, veíamos como el problema principal de los presos era no volverse locos, y se las apañaban para matar el tiempo mientras que sus carceleros les mataban a ellos. Allá a lo lejos, en el patio se oían unos disparos y alguien preguntaba ¿Quién es? Es Gastón, es Terry, es el de la 107... Fuera de la celda, nada, fuera de la prisión, nada. ¿Por qué está esta gente aquí dentro? Pues en la peli de esta semana, tan chispeante ella, veremos como un abogado, o varios, intentan no volverse locos gestionando cuerpos y vidas como lo hacen. Nos meteremos de una manera muy peliculera, valga la redundancia, en ese mundo cuya razón de ser es la prisión, meter y sacar gente de allí; en el mundo de la justicia sin mayúsculas. No la justicia que reinaba en el mundo de las Ideas de Platón, no, la justicia de puro y pasillos, de golf y prozac; mucho prozac para que no se acaben suicidando aquellos que condenan a gente a suicidarse en la cárcel.
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