Como llega tarde, y apenas queda fenómeno por documentar, Gorin se convierte en el embajador/aliado que permite a las niñas salir al mundo y llevárselo de vuelta a casa. Ah, las niñas. Imposible verlas y no pensar/conmoverse a lo grande: cada persona entre las personas es un elemento creador, una libertad incalculable. Y sin embargo los adultos, a excepción del embajador/aliado que se detiene ante un corte de calabacín, disco translúcido lleno de pepitas, y que detiene sus imágenes huidizas para que no las perdamos, pues la belleza es asunto suyo, a excepción por momentos de la madre y de la abuela, obligadas a lidiar con la concreción o los hechos, obligadas a contrastar información hora tras hora día tras día, los adultos, decía, son hablados más que hablan. ¿Quién o qué habla a través de los adultos? Un sueño, los adultos hablan en sueños.
Entonces, película basada en dos historias reales, una verdadera y la otra falsa, una ficción: el sueño americano. Ficción poderosísima que aquí se expresa mucho y se encarna poco, aunque inolvidablemente: esa chimenea que progresa del cartón-ladrillo al ladrillo... Como llega tarde, y apenas queda fenómeno por documentar, con la historia verdadera Gorin va a hacer su ficción, la de él y la de quien la quiera, porque la película va a sacarle el pueblo a la lengua inventada, de las dieciséis maneras de decir "patata" a la isla de Ellis. El cineasta extranjero recoge la variación continua que trabaja cualquier lengua desde dentro para mostrar un trazado discontinuo que acoge otras vidas migrantes, pasadas y presentes. Un impulso en el aire. Un rumor del que Gracie y Ginny sacaron sus nombres propios. Poto and Cabengo (Jean-Pierre Gorin, 1980) mañana martes a las ocho en la sala 3.11 de La Ingobernable.