Victor es Cary Grant. Igual es mucho decir y sin embargo os lo digo, toda la fuerza de Cary Grant (el hombre que hacía que los hombres parecieran una buena idea) reside en una especie de energía intelectual, como si al mirarle supiéramos cuánto tarda el pensamiento en llegar a un cuerpo. Es inmediato y calculado a la vez, es difícil, es emocionante a rabiar. Y es gracioso. En los sesenta Hollywood se estaba acabando y qué nostalgia, ay, de cuando la gracia de los personajes era fruto de la paciencia (del trabajo) de los actores y no sólo de la paciencia de la cámara (observando, al acecho, a por el instante de ídem). Que viva la gracia artificial y ya, fin del paréntesis reaccionario.
¿Retomarán Victor y Hilary su conversación interrumpida? Hum, suspense. Las palabras a menudo crean distancias insalvables, y contra nuestra voluntad. ¿Y si el amor consistiera, también, en brindar a otra persona un espacio (un hogar mental) para que pueda conocerse a sí misma, conocer sus deseos? O quizá reconocerse. ¿Y si la fidelidad consistiera, sobre todo, en tratar de brindárselo siempre, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza? Mañana martes a las ocho The Grass is Greener (Página en blanco, Stanley Donen, 1960) en la sala 3.11 de La Ingobernable.