Sesión Martes 21 de abril de 2020. Síndromes y un siglo. 2006, Apichatpong Weerasethakul.
Son muy blancos los hospitales en Tailandia. Tienen siempre pasillos larguísimos para hacer deporte. Y estatuas gigantes de Buda. Y los pacientes a los que atiende la médica no quieren ser pacientes: los soldados vienen vestidos de soldados, los monjes budistas de monjes budistas y quieren robar somníferos y sueñan con ser DJ y entran al dentista de color de azafrán. Además, hay un bosque que se cuela por las ventanas, y unos árboles que no paran quietos (en Céline había muchos árboles, alrededor de la casa, se agitaban mucho al final de la peli, ¿recordáis?), pero luego hay una jungla urbana que también quiere atravesar los cristales, porque ahora estamos en otro hospital, éste en la ciudad, con un médico. A veces todo se repite pero también es difícil recordarlo. Y entre las duplicaciones hay una historia de amor preciosa (que es la de los padres de Apichatpong), pero que es tan bonita como el paseo intermitente de Jenjira, la verbena de las noches en el bosque o la gente que hace estiramientos en el parque. Quizá porque aquí todas las historias valen por todas.
Texto de Rafael Vidal.
Otras propuestas que se hicieron para esta sesión:
El ángel rojo (1966, Yasuzô Masumura)
La película refleja experiencias de una joven enfermera japonesa trabajando en un hospital de campaña en China, durante la guerra chino-japonesa (1939). Enlaza con la cuestión de los cuidados (que hablamos tras ver Céline la semana pasada) pero desde una radicalidad que me dejó alucinada cuando la vi. Me hizo reflexionar sobre qué significan los cuidados en otros ámbitos de la vida como lo emocional, lo afectivo, lo sexual, lo reproductivo.
¿Qué trabajos hacen posible sostener la vida? ¿Por qué algunos cuidados se consideran "trabajo" y otros no? ¿Quiénes los realizan? ¿Cuáles son los límites de la moral de una época y un contexto social determinado, cuando la muerte se instala en nuestro cotidiano? (muy pertinente hoy también). El punto de vista y los temas que decide tratar Masumoto, heavy metal oye.
Texto de Sara Buraya.
En una mega-urbe deshumanizada como es Tokio, tres personajes sin recursos subsisten como pueden gracias al apoyo mutuo. Vagabundos sin hogar, en los márgenes de lo social, repudiados cada unx por un motivo concreto que los convierte en parias sociales sin protección alguna. Pareciera que estas personas están lejos de poder cuidar, cuando apenas si consiguen sobrevivir. A medio camino entre muchos géneros, comedia absurda, drama social y peli de mafiosos-yakuzas, la película es de una belleza total. Hecha con pocos medios se convirtió en una peli de culto en mundillos underground.
Texto de Sara Buraya.
Tras la película de la semana pasada, encontramos aquí otro tipo de relación simbiótica: un gángster (James Fox) se refugia en la casa de un músico (Mick Jagger) al verse amenazado de muerte, y en su reconocimiento, acaban por reconstruirse mutuamente. En "Performance" encontramos un particular ejemplo de cómo dos personas muy diferentes son capaces de fusionarse con tan particular resultado. Me refiero a los directores, Donald Cammell y Nicolas Roeg, que si bien ambos estuvieron implicados desde el principio, Roeg aportó su experiencia tras la cámara para plasmar las ideas de Cammell, que quería mostrar, según sus palabras, "el solapamiento entre el mundo del hampa y el artístico". No solo porque era habitual verlos coincidir en la escena sesentera londinense, sino por encontrar ambos perfiles tan sujetos a su imagen: uno para intimidar, el otro para seducir. Así, los contrarios acaban por confundirse, solo que esta vez, el catalizador no es el yoga, sino la experiencia lisérgica. Irónicamente, Fox salió tan tocado del rodaje, que abandonó la actuación para hacerse devoto evangelista. A eso lo llamo yo una experiencia mística.
Texto de José Luque.
¿Quién me dijera, Elisa, vida mía, cuando en aqueste valle al fresco viento andábamos cogiendo tiernas flores, que había de ver con largo apartamiento venir el triste y solitario día que diese amargo fin a mis amores?
Elisa, como Celine, también parte de una pérdida, una ruptura. Buscando el olvido y la soledad va a refugiarse con su padre. Retirado en un caserío perdido al final de un largo camino, aquejado por la enfermedad, él se dedica a redactar sus memorias. Su voz transita las habitaciones, pensándose a sí mismo. La penumbra de la casa impregna lentamente la cabeza de memorias. El campo y los vaivenes de las hojas les rodean. Padre e hija recorren sus caminos, ensimismados. El horizonte se extiende plano a lo lejos. El mundo se reduce allí a unos cuantos km cuadrados y soledad compartida. Presente, recuerdos que se reencuentran como milagros, sueños palpitantes y fantasías alteradas se entrecruzan. Cada cual toma después su decisión sobre qué fue real y qué no...o si eso tiene importancia.
Texto de Valeria Espinosa.