Imagino, sin mucho esfuerzo, la claustrofobia de tener que avanzar siempre, no se sabe muy bien hacia dónde. De estar viviendo un momento de inflexión, de tener treinta y empezar a envejecer. Emprende o cásate pero por dios ¡haz algo! antes de que pierdas tu único valor de cambio: que los hombre te deseen.
Claustrofobia nos hizo sentir la película de la semana pasada, atrapadas en la Argentina postcorralito sufrimos junto con Hernán la desesperanza de sentirse desposeído de voluntad, entregado al otro, sin voz, sin voto, sin derecho a decidir. Siempre es agradable ponerle cara al enemigo. Poder dedicar nuestro odio a Venancio, principal causante de la desdicha de este pobre chico con cara de boludo, aligera un poco el peso de la angustia. Un businessman esperpéntico y ajado que vive empeñado en vender churros como churros. Sin embargo, lo único que parecen querer comprar los demás son los dones de su hija Pato. Al igual que Mamá, la protagonista de la película que veremos este martes, ella también cargaba el peso de ser bellísima, encantadora y frágil. Ser más deseada que querida. Sentirse tan sola rodeada de hombres que buscan su compañía. En este mundo que nos hemos dado en el que todo se compra y se posee, todo se consume, como nos cuesta compartirnos sin usarnos.