Este mediometraje es, por un lado, una crítica al discurso de la felicidad propio de la sociedad industrial y de consumo que la España los sesenta pretendía alcanzar, pero sobre todo, un alegato feminista contra los convencionalismos que ataban a las mujeres a una vida de renuncia a sí mismas.
En palabras de la propia directora: “Margarita y el Lobo fue tan prohibida que me incluyeron en una lista negra y al salir de la Escuela no pude trabajar con mi nombre, teniendo que dedicarme a la publicidad y a rodar documentales industriales. Presenté un proyecto de película con la firma de José Luis Borau, pero en el ministerio descubrieron que yo estaba detrás y tampoco lo autorizaron. Tengo un machete de mi época africana y a veces pensaba en cogerlo e ir a protestar”.
La película es una crítica hilarante a la España mojigata del desarrollismo, que se mueve entre la tragicomedia y el musical surrealista. Margarita, como Caperucita, huye de su fatal destino para encontrar un espacio propio, como el de la Woolf, en el que poder ser libre.
Abandonó sus estudios de Ciencias Económicas para formarse en la Escuela Oficial de Cine en Madrid, donde se diplomó en 1969 con Margarita y el lobo, con lo que se convirtió en una de las primeras mujeres diplomadas en la Escuela de Cine en los años sesenta, tras las también directoras Pilar Miró y Josefina Molina.
Pionera total en el cine español, además de por ser de las primeras directoras, por los temas que trata y el modo en que lo hace. Sin concesiones a la puritana moral de la época, ni a la ausencia total de libertad en la que viven las mujeres españolas.