Por fortuna, tuve ocasión de hacer llegar mis temores al artista en cuestión durante una reunión amistosa que mantuvimos recientemente en Calanda, su pueblo natal. Por supuesto, acudió a la cita disfrazado. De sacerdote.
—¿Qué piensa usted de todo esto, amigo Luis? —pregunté yo tras ponerle en situación.
—Pues que está usted en lo cierto, querido —respondió él—. Verás —prosiguió mientras se disponía a darle un trago a su dry-martini —, psiquiatras y analistas de todas clases han escrito mucho sobre mis películas. Se lo agradezco, pero nunca leo sus obras. No me interesa.
—Pero, entonces, ¿qué debo hacer? —repliqué impaciente—. Ahora que ya me he comprometido con esta gente a escribir una reseña de la película, que faire?
—¿Cómo que que faire? —contestó amenazante—. ¿No será usted un afrancesado idiota? ¿O, peor, un leninista absurdo?
—En absoluto —dije con firmeza (mentía).
—Sea usted precavido —me advirtió—, en una ocasión Dalí me escribió una carta en francés y nunca le contesté. Aunque he de reconocer que por aquel entonces me parecía un facha y un pesetero. Sí, creo que eso también influyó.
Hicimos una pausa. Él encendió un cigarrillo. El quinto ya. Yo me fijé en el paquete de tabaco que reposaba sobre la mesa. Unos Gitanes. Qué ironía, pensé, va a resultar que el afrancesado idiota es él. ¿Y a qué viene lo de Lenin? ¿Acaso no fue él quién planeó en una ocasión destruir a martillazos las planchas de la imprenta de la («burguesa») editorial Gallimard? Naturalmente, me guardé estas reflexiones para mí. Entonces él prosiguió:
—¿Se acuerda usted de aquella escena, en Belle de Jour, en la que un chino enorme se presenta en el burdel con una caja cuyo contenido horroriza a las prostitutas del lugar (menos a Séverine)?
—¿Cómo olvidarla? —respondí.
—Pues óyeme bien—dijo—, estoy harto de que me pregunten qué había en la caja. ¿Y yo qué sé que había en la caja?, suelo pensar. «Lo que tú quieras que haya», acabo respondiendo. Y me temo que esa es la única respuesta posible.
—Pero… —dije tímidamente— ¿a qué se refiere usted con eso?
—Muy fácil —se apresuró a responder—, usted se deja de milongas, va a la biblioteca de su barrio a por el DVD de la película (¡no se le vaya a ocurrir comprarla!), se reúne con sus amigos, le da usted a play y deja que la imaginación del personal haga el resto. Y ahora, si me disculpa, tengo que ir a dar misa.
Y acto seguido se levantó de su silla y enfiló rápidamente la puerta del bar.
—¡Espere! —grité— ¡Necesito saber qué había en la caja! ¡Deme por lo menos una pista, joder!
—De verdad que este chico es idiota—le oí farfullar mientras se alejaba.
Más allá de esto, El discreto encanto de la burguesía no pretende otra cosa que subir a un escenario a una panda de burgueses, encender los focos, accionar las cuerdas que abren el telón y poner a estos personajes a hablar. «Pasen y vean», parece querer decir la película, «he aquí el fenómeno más insólito y escandaloso de la Tierra: con todos ustedes, la burguesía al descubierto y en su máximo esplendor». A falta de revolución, ¿qué más se le puede pedir al surrealismo?
La película se proyectará este martes 22 de enero, a las 20:00 horas, en el Cine-club Chantal de la Ingobernable (c/ Gobernador 39, sala 3.11). Habrá presentación, coloquio y, seguramente, algún que otro acto surrealista. ¡Estáis todas invitadas!