La siguiente imagen, un fotograma de la película El último caballo, retiene un momento muy preciso: un ciudadano en un caballo atravesando Gran Vía a principios de la década de los 50 para ir a trabajar a una oficina en el centro de la ciudad. Según las ordenanzas de tráfico en Madrid hasta la actualidad, no hay nada que impida desplazarse por la ciudad en caballo, burro, o asno, siempre que se respete la normativa básica de ser conducido por una persona mayor de edad, que transite por la derecha y que no invada el espacio de los peatones. Si queréis atravesar esta ciudad hacia un Madrid cercano allá por los años 50 en compañía de un caballo y sus amigos, la cita es este martes 30 de octubre, a las 20.00 horas en el cine-club Chantal, tercera planta de la Ingobernable, C/ Gobernador 39, Madrid.
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¿Os gusta recibir cartas? ¿Os gusta recibir postales? A mí me gusta mucho. Oh, no pasa muy a menudo. Muy de vez en cuando. Pero también están, hay que decirlo, los mails. Los mails muy largos, los mails que cuentan muchas cosas y que ha llevado mucho tiempo escribir y que va a llevar mucho tiempo responder. Pero las postales son más lindas y las cartas son aún mejor. Debe ser cosa del tiempo. Son como tiempo compartido ¿no? El tiempo de la escritura y el tiempo de la lectura. Tiempo compartido pero no al mismo tiempo. Tiempo compartido en diferido. Qué cosas más raras hacemos... Vais a pensar: se está yendo por las ramas. Un poco, pero no tanto. Lo que quería decir es: la película que veremos esta semana, Sans soleil (Sin sol), es una película hecha de cartas. Aunque esto no es del todo cierto. La cosa es un poco más retorcida. Hay una voz de mujer que cuenta las cartas que un hombre le envía. No las lee, las cuenta. Como si ella misma nos enviase una larga carta en la que nos contase esas otras cartas. Es como una carta sobre cartas. Y ahora yo os escribo un mail sobre una carta sobre cartas. Parece que las cosas nunca acaban de estar contadas. Y ahora sí que podría estar yéndome por las ramas. Voy a probar de otra manera. Voy a probar a deciros de que está hecha la película. Hay una voz, hay sonidos, hay música, hay imágenes. Digamos por ahora que hay sobre todo una voz y unas imágenes. La voz es de una mujer, una voz suave y clara, es la voz de Florence Delay (que hizo y fue muchas cosas y entre ellas, dura y clara, Juana de Arco . Las imágenes las ha tomado un cineasta viajero que va y viene por el mundo, que sobre todo va y viene entre África y Japón. Así que vemos imágenes de África y de Japón, sobre todo de Japón, y también un poco de Islandia y de San Francisco y la tumba de Rousseau, y oímos hablar de historias, creencias e ideas, cosas de esas que se pueden contar en tres o cuatro frases, a veces querríamos que la película se parase para apuntarlas, para enviárselas a alguien, pero la película no se para y algunas de esas ideas e historias se nos olvidan, irradian y se desvanecen. Otras no. (Paréntesis con cosas mías que quizás os den igual, lo podéis saltar: también podría ser, claro, que tomásemos apuntes y aún así luego fuésemos incapaces de recordar. Mi abuela acostumbraba a apuntar los chistes de Eugenio que escuchaba en la radio mientras cocinaba, para poder contármelos luego. No apuntaba todo el chiste, apuntaba sólo palabras clave en un papelito. La idea parecía buena, pero resulta que luego nunca conseguía reconstruir ninguno de los chistes a partir de esos apuntes, los papelitos con palabras sueltas no se convertían en chistes con todas sus palabras, si acaso en poemas de lo más elípticos. No sé qué palabras habría apuntado ella para esperar recordar esta película, quizás vértigo, Amílcar Cabral, templo de gatos, videojuegos, televisores… No sé.) Una historia de la película: en el siglo X, Sei Shonagon, dama de la emperatriz de Japón, toma unos apuntes que con el tiempo serán un libro, El libro de la almohada, apuntes de cosas de su vida cotidiana y también listas, tenía afición por las listas, lista de las cosas elegantes, lista de las cosas que no merece la pena hacer... A mí me gustan mucho la lista de las cosas que ganan al ser pintadas y la lista de las cosas que pierden al ser pintadas. Podéis aplicarlo a las pelis si queréis. Cosas mejores en las pelis que en la vida, cosas mejores en la vida que en las pelis. Y luego está la lista de las cosas que hacen latir el corazón. Algunas de esas cosas: Gorriones que alimentan a sus crías. Pasar por un lugar donde juegan niños. Dormir en una habitación donde se ha quemado incienso. Advertir que un elegante espejo chino está un poco empañado… Esta es la lista que le interesa al cineasta. Eso es lo que él querría hacer: filmar y montar y contar siguiendo esa única sensación, aquello que le hace latir el corazón, aquello que, quizás, haga latir otros corazones. A todos nos late el corazón de vez en cuando, ¿no? Si a todos nos late el corazón todos podríamos hacer nuestra lista. El libro de Sei Shonagon (que quizás no pretendía ser un libro) y la película de Chris Marker tienen esa cualidad, no pretenden acabarse en sí mismos, funcionan de veras si el que lee el libro o ve la película se pone a su vez a hacer sus listas, la escritura y el montaje son algo que cualquiera podría a su vez hacer, o al menos eso sueña la película, sueña con un futuro en el que todos seríamos poetas, pero poetas de esas cosas, poetas de pequeñas listas, poetas de detalles, poetas por atención a las cosas. La película, por cierto, es de 1983 y no para de mostrarnos pantallas. En eso es como la película de la semana pasada, que era de 2015 y era muy de su tiempo en eso, en ese vivir los personajes siempre mirando pantallas, algo que parece ser que lleva más de treinta años siendo muy de su tiempo. Y en las dos películas hay imágenes de la realidad que una vez pasadas por una máquina empiezan a parecerse a otra cosa. Ved las dos primeras imágenes del mail. ¿Véis? Es la misma mujer y es diferente, es la misma mujer pero su imagen ha entrado en la zona. Es la imagen de una mujer filmada en un mercado africano que pasa por el sintetizador de un loco de la electrónica japonés, un loco de la electrónica convencido de que sólo son verdaderas las imágenes que pasan por el sintetizador, desvaneciéndose, irradiando. (Otro paréntesis de mis cosas: yo en los ochenta era un niño y también veía muchas pantallas, y entre lo que más me gustaba estaba esto y espero no estar diciéndolo por nostalgia de la tele, es que ahora que lo pienso se parece bastante a la película que vamos a ver, breves fragmentos de un mundo que es este y que es muy raro y que mola ver tan raro.) 1983, 2015, en las dos películas pantallas y otro mundo, en las dos una zona donde la realidad ya sólo es imágenes, pero algo ha cambiado, lo que en la película de 2015 parecía, la verdad, bastante chungo, en la película de 1983 es otra cosa, es algo que no se ha decantado, que podría ser chungo, que quizás podría no serlo, las pantallas todavía aparecen como posibilidades, senderos que están por bifurcar. Es como una película que viniese al mismo tiempo del pasado y del futuro, de un futuro diferente al que ha sido, un futuro que podría haber sido, ese futuro en el que todos seríamos poetas, también la película imagina eso, una de sus historias esbozadas en pocas frases cuenta algo así, la visita de un viajero del año 4001, un tiempo en el que la memoria ya es plena, un tiempo en el que los chistes de Eugenio ya no se olvidan, aunque quizás tampoco hagan gracia. Quizás todo lo que nos viene del pasado nos venga también un poco del futuro, del futuro que ese pasado pudo imaginar, un futuro diferente que nos mira, nos mira raro, a saber cómo nos mira. Esto ya está siendo muy largo, también había apuntado que hay un pájaro que se come las mentiras del año por venir y dos países que querían ser uno, perros jugando con el mar y un perro que por siempre espera delante de una estación, espirales del tiempo en San Francisco y una batalla en una isla japonesa, y muchas más cosas, y también emúes. Si queréis ver todo esto y más y probar a ver si nos late un poco a todos juntos el corazón es este martes 23 de octubre de 2018, siglo XXI, en el cine-club Chantal, tercera planta de la Ingobernable, C/Gobernador 39, Madrid. Videofília (y otros síndromes virales). Haz el ejercicio de adivinar de qué se trata y probablemente el título te lleve a acertar sus principales intenciones. Luego, nada más será claro en este viaje cyber-psicodélico. |
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