En Salesman, la película de la semana anterior, vemos a cuatro vendedores de biblia en ruta por los Estados Unidos. Los vendedores visitan a sus posibles clientes en sus casas, luchan o seducen para introducirse dentro, se convierten en huéspedes efímeros, "ocupan" la casa momentáneamente con sus libros, sus palabras, sus historias diseñadas para encantar y vender. Algunos son bienvenidos y se vuelven parte de la "familia", en otras casas son resistidos, se los esquiva o pone excusas. Ellos se resisten como pueden, prueban otras técnicas, exploran otras vías. En estos casos la tensión se palpa en el ambiente y se pone de manifiesto toda la violencia del acto de vender.
Tarde o temprano el vendedor termina por marcharse, ¿pero qué sucedería si ese huésped alargara la estancia más de lo debido? ¿Qué pasaría si sencillamente se negara a irse?
Lo que Funny Games de Haneke explora desde el terror, Buena Vida Delivery lo aborda desde un humor agridulce, en una Argentina sumergida en la crisis del 2001.
Hernán, de 24 años, ha visto a toda su familia irse a España. Él es el último resistiendo en la vieja casa familiar. Vive en un barrio de clase media venida a menos y trabaja de repartidor en la empresa Good Life Delivery, una suerte de Glovo, a escala barrial. Patricia (Pato), que trabaja en una estación de servicio cercana, y de quien Hernán se siete atraído, busca casa; así que Hernán propone alquilarle una habitación. Comienzan una confusa relación amorosa que pronto se ve transformada cuando los entrañables padres de Patricia llegan de visita una noche. La familia es respetuosa y se hace querer, pero los días van pasando y no se van. El desconcierto y la impotencia de Hernán aumenta cuando Venancio, el padre de Pato, instala en el comedor de la casa la maquinaria de una fábrica de churros. Su sueño es recuperar la gloria del antiguo empréstito familiar: la fábrica de churros "La Normanda". Hernán queda instalado así en un extraño e incómodo lugar, tironeado por sus amor hacia Pato, violentado por la surrealista situación ante la que no sabe como reaccionar.
LA PRODUCCIÓN
Si bien el guión es anterior al 2001, los sucesos que sacuden a la producción terminan introduciéndose en la historia y produciendo un extraño juego de espejos. Digamos que lo anómalo de la producción termina dejando "marcas" por toda la película.
La productora de la película, la Normanda (mismo nombre que la fábrica de churros imaginaria), recibe la primera partida de dinero para empezar la preproducción, pero el Instituto del Cine y Audiovisual Argentino (INCAA) pronto deja de pagar. El poco dinero que han recibido queda atrapado en el corralito bancario. Al poco tiempo el gobierno cae bajo las protestas del 19 y 20 de diciembre y se suceden cinco presidentes en una semana. Cuando logran sacarlo y el INCAA entrega el dinero restante, éste ha disminuido su valor tres o cuatro veces. Aún así la película se rueda con recursos mínimos. Sin dinero para la postproducción, el director abandona el proyecto y decide comenzar una empresa para criar y vender caracoles franceses!!! En la película, Beto, un colega repartidor de Hernán en Good Life Delivery, también sueña con criar caracoles y venderlos a Francia. Finalmente el director consigue terminar la película con apoyo de un fondo cinematográfico… francés.
Los condicionantes de la producción también afectan al lenguaje cinematográfico. Se impone rodar cada escena sólo una vez porque hay muy poco metraje, cámara en mano o en trípode, nunca con travellings o movimientos de cámara complejos. Antes de rodar, se ensaya e improvisa con los actores y actrices, que introducen palabras que la acercan a un habla más cotidiano, alejado de cierto cine argentino impostado y elevado, más a pie de calle. La cámara se despoja y aparece toda una riqueza e inventiva oral, que será uno de los rasgos del Nuevo Cine Argentino (Martel, Trapero, Caetano, etc).