El otro día en Duvhida, un fantasma, como en el cine, quería ser otro. Quería introducirse en la piel humana y vivir el cine. Hoy, en Close-Up, un hombre quiere ser cineasta, pero no es una ficción, si no el registro de una suplantación. Hoy martes a las ocho es la cita en la sala 3.11 de La Ingobernable.
0 Comentarios
En Ordet está en cuestión, sin parar, el milagro, lo que puede la fe, lo que las palabras nos permiten compartir y lo que sobrepasa las palabras. Hay una familia, están los vecinos y otros habitantes del pueblo (pastor, granjeros, médico...). En el centro de este grupo, está el amor entre dos jóvenes, impedido por una antigua querella. En resumen, relaciones entre personas que se apañan como pueden con la vida, mientras que, en el fondo, hasta el patriarca lo reconoce, no se entiende nada. Duvidha es una película que, quizás, no sepamos comprender de forma exhaustiva, al menos en el sentido de una comprensión racional. Como en Ordet, parte del relato se hace sensible (visible, audible) en vez de ser narrado. Como en Ordet, muchos acontecimientos escapan al entendimiento y reposan sobre creencias. Ahí dónde la fe de los personajes sólo puede eclosionar por su incertidumbre. Probablemente sea por su inocencia que tan solo una niña - la persona del grupo más desprovista de conocimientos - pueda creer lo bastante intensamente en el milagro como para que se realice. Quizás Duvidha, en espejo, demuestre que la película de Dreyer no tiene tanto que ver con la religión (que, en lo que le respecta, estaría hecha, en realidad, de autoritarismo), sino, más bien, en tanto que intento de puesta en forma concreta, con el relato (sea mítico, bíblico o leyendario) de las creencias que los hombres sienten, se inventan y se transmiten. Habéis hablado de metafísica, he pensado en esta película. A pesar de que no conozca leyendas probablemente frecuentes en India, he percibido ahí la puesta en relación de lo natural y de lo sobrenatural, gracias al montaje, en particular. En Duvidha, un fantasma enamorado de una novia joven toma la apariencia de su marido, que se marchó a trabajar a otra región. La seduce. La mujer se queda embarazada. Duvidha, pues, es también la historia de una mujer joven que trae al mundo a un niño, como Inger en Ordet. Por último, la encarnación de un espíritu en un cuerpo ya ocupado produce un trastorno que se debe al hecho de que solemos creer lo que vemos. El padre mismo no puede distinguir entre su hijo natural y él que está habitado por el espíritu. A lo largo de la película, me sorprendieron las relaciones entre los personajes, la posición del narrador, y las elipsis que la componen. De esta manera, me parece que nos propone experimentar con lo que, en nuestras relaciones con los otros, con las historias, con el amor, depende de un enigma. ¿Como Ordet? ºªºªºªºªºªºªºªºªºªºªºªºªºªºªºªºªºªºªºªºªºªºªºªºªºªºªºªºªºªºªºªºªºªºªºª Dans Ordet, il est question sans cesse de miracle, de ce que la foi peut faire, de ce que les mots nous permettent de partager et de ce qui dépasse les mots.
Il y a une famille, les voisins et d’autres habitants du village (pasteur, fermiers, médecin,…). Au centre de ce groupe, il y a l’amour entre deux jeunes gens empêché par une querelle ancienne. Bref, des rapports entre des personnes qui s’arrangent comme elles peuvent avec la vie alors qu’au fond, le patriarche le reconnaît lui-même, on n’y comprend rien. Duvidha est un film qu’on ne saura peut-être pas comprendre de manière exhaustive, du moins au sens d’une compréhension rationnelle. Comme dans Ordet, une part du récit est rendu sensible (visible, audible) au lieu d’être raconté. Comme dans Ordet, nombre d’événements échappent à l’entendement et reposent sur des croyances. Où la foi des personnages ne peut éclore qu’avec leur incertitude. C’est d’ailleurs sans doute grâce à son innocence qu’une enfant – la personne du groupe la plus dépourvue de connaissances – peut seule croire assez fort au miracle pour qu’il se réalise. Peut-être que Duvidha, en miroir, prouve que le film de Dreyer ne concerne pas tellement la religion (qui elle serait faite de certitude et, en cela, d’autoritarisme) mais plutôt le récit (qu’il soit mythique, biblique ou légendaire) comme une tentative de mise en forme, concrète, des croyances que les hommes ressentent, s’inventent et se transmettent. Vous avez parlé de métaphysique, j’ai pensé à ce film. Malgré mon ignorance de légendes probablement communes en Inde, j’y ai perçu la mise en rapport du naturel et du surnaturel, en particulier grâce au montage. Dans Duvidha, un fantôme épris d’une jeune mariée prend l’apparence de son mari parti travailler dans une autre région. Il la séduit. La femme tombe enceinte. Duvidha est donc également l’histoire d’une jeune femme qui met au monde un enfant, comme Inger dans Ordet. Enfin, l’incarnation d’un esprit dans un corps déjà occupé produit un trouble dû au fait que nous croyons ce que nous voyons. Le père lui-même ne peut reconnaître son fils naturel de celui habité par l’esprit. Tout du long, le film m’a ainsi surprise par les rapports entre les personnages, la position du narrateur et les ellipses qui le composent. Par là, je trouve qu’il nous propose d’éprouver ce qui dans nos rapports aux autres, aux histoires, à l’amour, relève d’une énigme. Comme Ordet? En Corazón de Perro, la película que vimos la semana pasada, Laurie Anderson citaba aquello de Wittgenstein de que es mejor callar sobre aquello de lo que nada puede decirse. A mi, que soy de fácil acomodo en el silencio pero también en las contradicciones, me hizo gracia pensar que en toda su película se dedicaba justo a lo contrario: a hablar mucho de todos esos asuntos indecibles, de cosas de las que, en propiedad, no podría decirse nada. De la muerte, claro; pero también del talento musical de su perra; de los motivos íntimos de su colega Gordon para cortar casas por la mitad; de lo que sueñan los bebés que se van de repente, por muerte súbita; de los cuarenta y nueve días (¡49!) que al parecer pasa un alma errando entre la muerte y el renacimiento; de si el último sentido que une a un ser humano con la vida, mientras muere, es el oído. Anderson hablaba mucho, e incluso iba y le ponía imágenes a todo, imágenes que, sin embargo, por lo que pudimos discutir después, nos parecieron menos expresivas que la palabra. Al fin y al cabo, la palabra fue lo primero, ¿no?. En ese afán de hablar de lo que en realidad solo puede ser mostrado, la película de Anderson se parece, un poco, a la que vamos a ver mañana: Ordet (La Palabra), de Dreyer. También se parece al propio Wittgenstein, que a pesar de su famosa apología del saber estar calladito, y de haber trabajado de jardinero en un convento, probablemente muy a su rollo todo el rato, también era alguien fascinado por lo místico, por merodear los límites de lo que puede hablarse y pensarse. Creo que en poco más, aunque no sea poco, se parecen ambas películas. Ordet es una obra sobre la muerte, la religión, la fe y la experiencia mística: durante sus dos horas y pico de duración, los distintos personajes encarnan distintas formas de vivir lo espiritual, la relación con Dios, y la muerte de alguien querido; sus imágenes, con planos y secuencias extrañamente largos, están atravesadas de tiempo y de experiencia, de una forma en la que una voz en off carecería, creo, de todo sentido. Parece de una aproximación muy distinta a la que vimos en Outtakes from the Life of a Happy Man de Jonas Mekas (con esas referencias a San Juan de la Cruz), o de nuevo en Heart of a Dog, donde la fugacidad y el “dejar pasar” las imágenes, sin aferrarse a ellas, muy budista todo, se ve sustituido por una especie de deleite quietista en la lentitud que te prepara para lo inesperado, lo imposible, lo inexpresable. Me atrevo a decir, no sin vértigo, que todo logra hacer de La Palabra algo más que una película, que la convierte casi en una experiencia mística en sí misma. Yo la vi hará diez o doce años, en otro cineclub que ya no existe; me impresionó mucho. No la he vuelto a ver desde entonces, manteniendo, quizás, un silencio respetuoso sobre ella y sobre lo que hizo aflorar. La Palabra es un pequeño milagro: leí hace unos días que Jutland, donde se grabaron los exteriores (y el lugar de residencia del autor de la obra de teatro), era un lugar tan ventoso (como el Bardo de los cuarenta y nueve días que se imaginaba Laurie Anderson) que nunca antes se había conseguido rodar allí una película sonora; Dreyer tuvo que filmar alguna escena en silencio, y doblar los diálogos en el estudio, pero La palabra salió adelante, vaya y que si salió. Veámosla en el Cine Club Chantal, mañana martes día 8 de mayo a las 20.00 en la Filmoteca Popular (Sala 3.11) de la Ingobernable, casa de todas. Sed puntuales, que es larga. Y no reírse de Laurie Anderson ni de Wittgenstein, por favor, que bastante tienen, o tuvieron, con lo suyo. Manuel
|
Programadoras
Todos
|