Cluny Brown: protagonista de la película que vengo a anunciar y que lleva su nombre. La última de Ernst Lubitsch, 1946. Aquí se llamó El pecado de Cluny Brown. ¿Cuál pecado? ¿El pecado de alucinar con la fontanería? Alucinar de alu-cine, claro: una mujer muy joven desatascando en 1938 una tubería a martillazos es una imagen de libertad. Y la expresión de una potencia, también, igual que el fantasma que se aparecía a la señora Muir –marinero, escritor de éxito, malhablado, follador– si lo ves como una ampliación de su propia conciencia. ¡Me gustó tanto verlo así!
El caso es que a Cluny Brown no la dejarán emanciparse tan fácilmente y, noia pobra pobra noia, carácter sin apenas tradición, la mandarán a servir. Mientras conocerá a Adam Belinski, bala perdida a las puertas de la IIWW; un intelectual checo más o menos perseguido por los nazis y aficionado a la mayéutica. Se desencontrarán varias veces en la búsqueda del placer (y de la felicidad), pues el profe va a respetar hasta el fin, un poco melancólicamente, el derecho a la autodeterminación de Cluny Brown. Entre otras cosas y un farmacéutico de provincias.
Destino y carácter: los orígenes pesan, la inocencia y la alegría aligeran el peso de los orígenes. Y sin embargo no bastan. Hay almas aristócratas juez y parte que pasan de proferirte palabras amigables a palabras de orden en un tris, recién descubierta la verdad sobre tus orígenes, su peso de profecía. Oh, cómo les cambia la voz, es casi una magia, es la fuerza del destino.
Echar ardillas a las nueces: es un asunto de carácter, lo contrario del cada cual en su lugar, del "nunca hay que fomentar la singularidad de un niño, sino ponerla a prueba con las reglas comunes" que acabo de leerle a una "instructora" en un librito de Marguerite. Ya se sabe que las reglas comunes rara vez las pensamos y establecemos en común. Y que hay almas burguesas farmacéuticas que prefieren la injusticia al desorden.
Extravagante: o quizá excéntrica; que mucho va y viene y por el camino se entretiene o quizá que no tiene centro, esta comedia. El argumento es una excusa para que los personajes se manifiesten –y nosaltres lo gocemos.
Lubitsch touch: es estar en el ajo, que te inviten a una fiesta secreta, esa excitación. En 1946 todo quisqui estaba invitado a la fiesta secreta. (No echamos de menos 1946 pero echamos de menos a todo quisqui, en casa del cine.)
Ningún animal puede ser esnob: pero, cualquier ser humano es capaz de sofisticación, de darse forma a sí mismo. Frecuentar el Ritz, viajar convertida en gato persa, organizarse un jardín en la cabeza. Que conste.
Sympathos: simpatía o inclinación anárquica, que no amor –el mejor disolvente de mujeres jamás inventado per cert. Es lo que junta según yo a Cluny Brown y Adam Belinski, sensibles a los encantos respectivos –cuando ella emite él recibe y viceversa, como el celuloide se deja impresionar por la luz. Porque no se hace un mundo sólo con átomos, es necesario un clinamen. Una disposición del uno hacia el otro, del uno por el otro, del uno al otro...