¿Qué tiene esta bruma que hace a la gente pequeña? Un mar de niebla, a lo lejos. Un baño de purpurina cuando se atraviesa. Quizá, en la época del terror atómico, la radiación era una cosa que se podía dar por sentada. Pero ahora aún más resulta, sin forma ni información, el detonante idóneo para que cambie su interpretación, pero la película no pase de moda. Solo sabemos, digámoslo así, que al que lo impregna le obliga a cambiar su perspectiva de la realidad. Fuerte. Y a la fuerza.
Varias reseñas plantean este cambio de tamaño fortuito como una crisis existencial, y la voz en off del protagonista sí que se cuestiona su existencia hasta el punto de querer complacerse, entenderse, en comunión cósmica; pero esa es una reflexión que él se hace a posteriori (así el relato de Richard Matheson estaba planteado como una serie de flashbacks). Sin embargo, la historia linear que nos cuenta las vivencias de Scott es mucho más directa, dramática, pero llena de experiencias, de decisiones tomadas torpemente, desesperadamente, y movimientos reflejos en pos de la supervivencia. Como mucho, habla del papel de un hombre en la sociedad, de cómo está dispuesto a convertirse en un freak mediático para seguir proveyendo a su familia, de cómo su vulnerabilidad se convierte en rabia, inseguridad y vergüenza, y de cómo a la única persona que se mantiene junto a él, su mujer Louise, es con quien paga su frustración, sus exigencias, y hasta traiciona. Scott es mucho menos increíble que lo que el título reza.
Ahora, el grueso de la película y por lo que se la sigue recordando, es por la épica doméstica guiada por la máxima “cómo las cosas cotidianas se vuelven mortíferas cuando eres del tamaño de una hormiga”. Y no tiene nada que desmerecer, sigue siendo un gran reclamo. Sesenta años después, la galería de maquetas, retroproyecciones y perspectivas forzadas resultan fascinantes tanto cuando cantan como cuando pasan inadvertidas. Cuando los creadores de “Re-animator”, Stuart Gordon y Brian Yuzna, les presentaron “Cariño he encogido a los niños” a Disney, no tenían que explicar más: “¿una mezcla entre El hombre menguante y La humanidad en peligro… pero con chavales? Lo compro”. Hoy la película cuenta con cuatro secuelas, incluyendo una serie de televisión y una atracción en Disneylandia. Ha de haber algún interés común, o como mínimo curiosidad, en ver el mundo como si hubiéramos encogido, para perderse en una pelusa del sofá, o tardar semanas en comer una chocolatina. La productora sigue explotando el gimmick, hasta la reducción subatómica, con “Antman” y su inminente secuela.
La semana pasada veíamos en “Husbands” cómo a un grupo de amigos se les solapaba el duelo del difunto con la midlife crisis, y aún así seguían contando con diferentes espacios en los que disfrutar, penar, aventurarse o compartir sus tristezas; de diferentes roles que interpretar. Mientras, no hay una cara b titulada “Wifes” (como tampoco se rodaría nunca el guión que escribió Matheson para “The Fantastic Schrinking Girl”), porque la mujer ha sido descartada de ese espacio, se le ha negado su exterioridad. Y es que al fin y al cabo, ¿cuánto cambiaría la situación de Louise si el principal problema de volverse diminuto es no poder salir de casa sola? ¿Qué pérdida habría teniendo tan poco que perder? No, la tragedia está en que Ben Gazzara tiene menos pelo que en su foto del pasaporte. No está en que el personaje de Cassavetes engañe a su mujer, sino en que la mujer que ha conocido le saque una cabeza. O que, al tener el tamaño de un ratón, tu gato quiera tomarte de merienda. Bueno, esta última, quizá sí que sea cierta.